Los últimos herederos del ulama de cadera

Mario Galeana

Chignahuapan, Pue.-  Cuando Joel González Mote sopla el caracol, en el preludio del juego, siente de súbito todo el peso de la historia y la herencia, porque se sabe portador de una especie de secreto guardado de generación en generación, preservado como un tesoro.

Y cuando entra a la cancha su cuerpo se convierte en un trajín de emociones. Debe ser veloz, osado, ágil y fuerte, o al menos lo suficiente como para golpear con la cadera una pelota de más de tres kilos de hule macizo.

Aunque el juego dura en promedio sólo media hora, la vehemencia de esos 30 minutos es tal que al terminar queda exhausto, a veces con manchas violáceas en el cuerpo, pero feliz.

Joel, un profesor de educación física de 32 años que vive en Chignahuapan, en la Sierra Norte de Puebla, es uno de los pocos jugadores del ulama de cadera, el juego de pelota que data al menos de hace 3 mil 500 años y que se combina con un ritual prehispánico en el que, a través del caracol, el ahumador y la danza, se pide permiso a los rumbos del universo para practicar el juego.

Joel es también un danzante. Cuando era niño, cada cinco años un grupo de danza acudía a su escuela para representar la creación del universo en la cosmogonía náhuatl. Él observaba los penachos, las plumas, los pies levantándose sobre el suelo, y simplemente sabía que en algún momento de su vida sería como ellos.

Y lo es desde hace ocho años. El grupo de danza prehispánica del que forma parte, Chignahumictlan, se interesó recientemente en poder representar el juego de pelota para sus rituales.

En su búsqueda, hace cuatro años conocieron a José Lizárraga Covarrubias, descendiente de una familia de Sinaloa que trató de perdurar el conocimiento y las técnicas del juego durante muchos años, como si se tratase de una perla, un rubí, un objeto brillante y único.

Lizárraga venía gestando la posibilidad de crear una gran organización que promoviera en todo el país el ulama de cadera. Y lo ha conseguido: en Quintana Roo, Chiapas, Tabasco, Veracruz, Guerrero, Ciudad de México, Estado de México, Querétaro, Michoacán, Jalisco, Sonora y Sinaloa ya existen grupos de personas que lo practican, como Joel.

Joel es hoy uno de los dos representantes de la Asociación de Juego de Pelota Mesoamericana, junto a Huetzin Aly Reyes Hernández. La conformación de este grupo los ha llevado a estados como Tlaxcala, Hidalgo, Veracruz y Quintana Roo, donde se han celebrado encuentros nacionales del ulama de cadera, donde casi siempre obtienen los primeros lugares en la rama varonil y femenil.

“El ulama es mucho compromiso. A veces siento la carga en la espalda de algo que no ha sido fácil. El saber que hemos heredado algo tan maravilloso, tan grande, que tuvieron que pasar muchas cosas las personas para resguardarlo, es algo que no tiene descripción”, narra Joel.

Y, luego, sopla el caracol. Se balancea descalzo sobre el piso que debe arder bajo el sol del mediodía, aunque Joel no da muestras de que así sea. Bambolea sobre sus pies y golpea la pelota con la cadera, se tiende sobre el piso y se levanta en un instante para regresar el golpe, y el sonido rememora algo antiquísimo, ancestral, único.

 

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